María Josefa García Granados

Nació en Puerto de Santa María, Cádiz, España el 10 de julio. Desde su juventud llegó a tierras guatemaltecas alrededor de 1810-1811. Mejor conocida por sus amigos y conocidos como Pepita, casada con Ramón Saborio, de la Villa de Nicaragua.

María Josefa era madre de seis hijos y se le conocía por su fuerte carácter y autoridad. Debido a dicho carácter, creó una amistad con los hombres más influyentes de su época, aun antes de 1821 año de la independencia de Guatemala, ella concurría a las famosas tertulias efectuadas en casa del canónigo José Maria Castilla.

Como aficionada a la lectura, se cultivó en la poesía, no solamente escribió sátira sino también cantaba poéticamente. Además de A la ceiba de Amatitlán otras de sus composiciones son: Himno a la Luna 1830, La Resolución; A una hermosa joven-desgraciadamente enlazada con un achacoso viejo; A una abeja; Plegaria; Despedida.



“¡Salve risueña esperanza/ de quien la magia divina/ a la dicha presta un ala/ y al dolor quita una espina!

Quien en tu seno reposa/ se adormece en la ilusión:/si el placer es una rosa,/ la esperanza es un botón”.

Además tradujo algunos versos de Byron. También cultivó la oda histórica. En el 1821 año de la independencia de Guatemala, ella concurría a las famosas tertulias efectuadas en casa del canónigo José Maria Castilla

Se lanzó a actividades prohibidas rompió esquemas en su época; con el seudónimo de ‘Juan de las Viñas’ para no ser reconocida como mujer. Es, sin duda, la primer referente de la poesía feminista en Guatemala.

Lo que de todo ello conservamos es un reducido núcleo de doce poemas, en los que la autora se vuelca entera con toda la fuerza del sentir romántico, en cuyo aprendizaje, como veremos, se había ya ejercitado. De hecho, el ambiente literario de los círculos intelectuales era, en la Guatemala de los años treinta y cuarenta, claramente romántico.


Así como sus escritos provocaron que fuera odiada y criticada por muchos, Pepita García Granados también fue altamente estimada por otros, entre ellos, por uno de los más grandes representantes del Romanticismo guatemalteco: José Batres Montúfar.

La amistad que los unió hasta la muerte del poeta, y más allá, es ampliamente conocida. Y digo, más allá, porque ampliamente conocido es, también, el relato de la aparición póstuma que hizo el poeta ante Pepita, en cumplimiento a una promesa que habían hecho en vida: que el primero en morir, regresara para informarle al otro si existía el infierno. Cuenta la historia que el poeta cumplió su promesa, y en una tarde solitaria se apareció con una sola frase: ¡Sí hay infierno, Pepa! Y a partir de allí, Pepita dejó la pluma y se dedicó a ponerse a cuentas.

Falleció en Guatemala el 28 de julio de 1848.



Para saber más de la autora:

Goodreads: María Josefa García Granados

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